23 de agosto

El mundo se tambaleaba a sus pies.

Las oportunidades dejaban paso a las decisiones difíciles y estas a la desolación.

“No siempre se tiene lo que se desea…”- pensó profundamente triste.

La semana había comenzado con un cúmulo de cosas que le habían dejado el ánimo por debajo del suelo que pisaba… y eso que vivía en un semisótano!

Pero no era para reírse. Ella, al menos, no conocía últimamente esa sensación.

Por el contrario se sentía hundida y llena de tristeza. De esa tristeza que lastra, de esa que hunde mas ay mas como si de arenas movedizas se tratase.

Pero aquel día no sabía muy bien porqué algo en su cabeza le hizo pensar que aquellas “desafortunadas” coincidencias, podría ser el Universo ayudando a cambiar todo lo que era mas importante, sacrificando lo mas material.

Por eso aceptó aquella idea, casi a al desesperada, y se presentó en el lugar de siempre.

Allí la oscuridad parecía completa. Pero cuando la vista se acomodaba había mucho que no se escapaba a la mirada de dos personas que se conocen.

Llegó antes. Siempre solía pasar. Siempre había sido una impaciente por verle, siempre deseaba ese momento… siempre.

Y aquel día, mas aún, después de un calvario de silencio y preguntas sin respuestas.

Según se sentó en el bordillo de la acera, la luz de un coche que se acercaba le hizo ponerse nerviosa. Era una tonta. Pero aquella noche sería una noche decisiva para ambos.

Necesitaba esa señal, esa “cosa” que le diera la respuesta a todas sus paranoias, a todos sus miedos, a todos sus pesares.

El coche se acercó. Apagó el motor y después las lunes.

Se abrió la puerta y él salió. Sin decir nada… y a ella le latía el corazón como a mil por hora.

Se acercó… le extendió la mano y ella se la tomó para levantarse.

Estando así, frente a frente, sin aun mediar palabra, la abrazó fuerte y sus labios besaron los de ella, robándole las dudas y dejando en su lugar un contacto ardiente que le encendió cual mecha.

La pólvora no estaba muy lejos, y el cuerpo reaccionó con un latigazo de electricidad haciendo que todo se pusiera en alerta y presta para él.

“Te quiero con todo mi corazón. te quiero en mi vida. Te quiero solo a ti. No puedo estar sin ti”

Ella comenzó a temblar como una hoja en la rama desnuda de un árbol otoñal cuando el viento fresco intenta tirarla para comenzar el largo sueño del invierno.

El abrazo de él se hizo tan cálido e intenso que pronto todo miedo desapareció y dejó lugar al calor del amor que se tenían, del deseo que les escapaba por los poros y las ganas del otro que contenían.

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